El río Wolf, en Tennessee, fue testigo del último aliento del músico, instrumentista y poeta más enigmático y luminoso de la década de los 90, y uno de los más influyentes en una camada de artistas posteriores, fieles a su legado. En plena promoción del documental It’s Never Over, de la cineasta Amy Berg, su figura sigue traspasando generaciones y sensibilidades, trayendo melancolía a millennials en todo el mundo.

Por Beatriz Álvarez

Jeffrey Buckley fue un músico completo y llamativamente singular. De rango vocal tenor, nació con la particularidad de que sus cuerdas vocales tenían una elasticidad única, permitiéndole hacer vibratos sin esfuerzo y en secuencias muy cortas. Hijo del músico Tim Buckley, encuentra soporte emocional y formativo en su madre, Mary Gilbert. Siempre un artista lejano a las luces brillantes y a los escenarios pomposos —aunque eventualmente tocó en ellos—, esta preferencia por lo íntimo y alternativo le permitió desplegar todo su potencial creativo.

En 1994 lanza su único álbum de estudio, Grace, un trabajo maravillosamente pulido bajo el sello Columbia Records. En esta entrega, recordamos especialmente su versión de Hallelujah de Leonard Cohen, considerada por la crítica y el público como la interpretación definitiva de la canción.

El actor estadounidense Brad Pitt contó alguna vez que su esposa en ese tiempo puso el álbum, y al sonar el primer track, Mojo Pin, quedó alucinado. Preguntó quién era. “Jeff Buckley”, le respondieron. Él pensó cómo era posible no haberlo oído antes. ¡En qué mundo vivía! Fascinado, Pitt tuvo una conversación con Mary Gilbert sobre la posibilidad de realizar una película narrativa sobre su hijo, en la cual planeaba protagonizarlo. Gilbert se negó, respetando la imagen de Jeff, sabiendo que una ficción no haría justicia a su verdadero espíritu.

Distinta fue la propuesta de Amy Berg, quien se dedicó a vivir, comer y pensar como Jeff durante el rodaje de este documental, actualmente en promoción y que pronto tendrá su estreno en Chile.

En Grace, canciones como Lover, You Should’ve Come Over, So Real, Grace, Lilac Wine y Last Goodbye lo catapultaron al circuito del mainstream internacional, permitiéndole tocar en grandes escenarios. La producción estuvo a cargo del propio Buckley junto a Andy Wallace. Si bien el álbum, en su lanzamiento, no logró un alto impacto comercial —alcanzando apenas el puesto 149 en Estados Unidos—, con el tiempo se convirtió en un disco de culto. A diez años de su publicación, se lanza la Legacy Edition, una versión extendida que llegó al puesto 44 en Gran Bretaña.

Grace fue una fuerte influencia para músicos como Radiohead, Muse, y Lady Gaga, y admirado por leyendas como Robert Plant, Jimmy Page, Paul McCartney, Alanis Morissette y Chris Cornell. En una entrevista televisiva, Buckley mencionó como principales fuentes creativas el amor, la vida, el sexo, la muerte… y Led Zeppelin.

Con una lírica de prosa libre, podía crear genialidades que, unidas a su voz armoniosa y a sonidos alternativos con base folk, invitaban al oyente a una experiencia sonora sin igual. Era un alma libre, tan ajena a los flashes que, en sus giras, prefería la simpleza del transporte terrestre.

En una de esas paradas, el 29 de mayo de 1997, a la edad de 30 años, fallece en circunstancias que hasta el día de hoy siguen siendo indeterminadas. Las señaléticas del río Wolf advierten sobre su peligrosidad. Pudo haber sido un ahogamiento accidental, o quizá un acto voluntario relacionado con el trastorno bipolar que padecía. Su cuerpo fue hallado cinco días después. El mundo lamenta hasta hoy la partida de uno de los artistas más jóvenes y prominentes de los 90.

Legado: Sketches for My Sweetheart the Drunk.

Su madre, decidida a compartir las joyas inéditas grabadas por Jeff en distintos momentos de su corta carrera, recopiló el material y le dio forma a un álbum póstumo.

Su influencia también llegó a Massive Attack. En Mezzanine, Elizabeth Fraser, de Cocteau Twins —con quien Buckley tuvo una relación amorosa basada en la admiración mutua—, interpretó Teardrop, tema que muchos asocian con el duelo inconsciente por su muerte. Fraser, en entrevistas posteriores, confesó que la letra surgió de un impulso profundamente emocional ligado a esa pérdida, aunque sin mencionarlo directamente. Como muchos, ella también supo que Jeff era un espíritu que no pertenecía del todo a este mundo.

A lo largo de las últimas décadas, su figura ha crecido hasta convertirse en un símbolo atemporal de sensibilidad artística y entrega vocal sin igual.

Buckley no solo dejó una huella imborrable en la música, sino que logró, en su breve existencia, lo que pocos artistas alcanzan con largas carreras: conmover el alma colectiva.

El documental It’s Never Over, de Amy Berg, no busca mitificarlo aún más, sino acercarnos a la intimidad de un creador que, incluso en su caos, fue profundamente coherente con su arte. Berg recoge testimonios de amigos, productores y músicos contemporáneos, mientras reconstruye con respeto y emoción la silueta de un artista que eligió los bordes en vez del centro, el murmullo en vez del grito, y la profundidad por sobre la fama.

A 27 años de su muerte, la voz de Jeff Buckley sigue rompiendo la superficie de las aguas que lo vieron partir. Porque su arte, como su vida, no se rige por las reglas del tiempo. Y porque, tal como dice el título del documental, en el caso de Jeff… nunca se termina.